Dulce y látigo!

La humanidad campanea entre el bien y el mal por naturaleza, tal lo enseña el milenario yin yang desde la legendaria China.

El bien y el mal han sido parte de la historia, lo son de la realidad y lo son del futuro, por lo que de manera racional, no solo debemos aplaudir, aceptar y decantarnos por el cálido bien, la luz o el sol como parte inherente nuestra sino también debemos hacerlo con la oscuridad y el frío, e incluso de ser necesarias, apelar a ellas, una vez equilibran al humano. Y con este, a la humanidad.

Ni uno ni otro en extremo, contrario al populismo lo hace, apostando con ese burdo pregón llamado buenismo. Buenismo mismo que no pasa de ser hipócrita, pero además, malvado, a sabiendas de su enorme poder para seducir al humano en general, mintiéndonos mejor y más bonito, tal aquel: abrazos y no balazos, que ha finalizado con ceder, cuando menos, gran parte del territorio a su delincuencia. 

Sin mentiras y sin pasiones entonces, podremos estar de acuerdo con que dulce y látigo son necesarios. Sin embargo, escribir del dulce es redundante, una vez es la moda populista citada, aún y que los mismísimos DDHH han sido tergiversados a sabor y antojo (hecha la ley, hecha la trampa) para servir de disfraz a la misma delincuencia. De hecho, usurpaciones, invasiones, falsas acusaciones y señalamientos resuenan día a día, aquí y allá. 

Pero... del látigo... ¡uy, no, qué horror escribir de eso! Tan así que no pocos interpretarán incluso como fascismo mi crítica previa a la deriva a que los DDHH han llegado, sin embargo, tal deriva es real. Miles la viven, aunque por pena o vergüenza, sin sentido, se vedan el derecho a gritar: ¡Ya Basta! Sucediendo incluso en encuestas de intención de voto, cuando por seguridad, se opta por no revelar el hartazgo contra cierta corriente política, mintiendo a los entrevistadores. 

Sin embargo, ¡ya basta! No debe seguir siendo así. Máxime cuando vemos a China, que manteniendo a lo largo su látigo, se sitúa ahora con mucho mayor desarrollo tecnológico e incluso social del que ostentaba apenas 30, 40 años atrás. Sin circo.

Por fortuna, ese patético canto de sirenas parece haber hastiado finalmente a suficientes millones de sus víctimas y otra luz empieza a titilar para ellos, que han evolucionado y viven bajo premisas de respeto y tolerancia mutuas, ética y moral, tal el pueblo japones, y se percatan que no pueden ni deben seguir siendo presas de quienes aún no se desprenden de sus escamas, o cuando mucho, pelos.


José Luis Elgueta J.



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