Saber, creer, ignorar!!!

Mucho más allá de que orgullo, egoísmo y soberbia hacen imposible construir sociedad, y de que supuestamente cordura, respeto y humildad fuesen los valores humanos indispensables para tal fin, con el transcurrir de la vida he descubierto, no sin asombro aunque al igual que el agua azucarada, que la construcción de sociedad solo es y ha sido posible por sus artífices mediante la práctica personal premeditada de hipocresía, astucia y engaño: mentiras. Mismas que han venido a ser piedra angular de alguna filosofía de vida, y por ende, sabiduría.

Pero no me desmoralizo del todo, y en búsqueda de alguna explicación para tal sabiduría, recurro a los ascetas, monjes y otros humanos que han optado por vivir en soledad en búsqueda de alguna verdad, quienes desde mi perspectiva resultan siendo entonces la esencia de la ignorancia, que llamaré: ignorancia social, en tanto les dificulta incorporarse con éxito en el engranaje de alguna sociedad, una vez sus valores son esa cordura, respeto y humildad, entre otros similares, los que los rigen. Y que a la vez se constituyen en la esencia de la sabiduría humana, contraria a la sabiduría social.

Sí, así como existe la ignorancia social, existe la sabiduría social. Además, el sabio humano puede no practicar sabiduría social, pero no la desconoce sino, simplemente, le es contraria a su sabiduría humana: valores, costumbres y creencias. El yin y yang, y por ende, imposible de practicarla.  

Pero en todo momento, uno y otro pueden cambiar de sabiduría, aunque con el crecimiento poblacional y la consecuente expansión de la sociedad, será más fácil y quizá coherente para el sabio humano adoptar la sabiduría social, en detrimento de la primaria. Máxime cuando consideramos proverbios tal: “Solo el animal que se adapta sobrevive.” “Si caminas solo avanzarás más rápido; si caminas acompañado llegarás más lejos.” “Con demasiada frecuencia algunos hombres sacrifican el ser al ser distintos (Julián Marías)” y tantos otros que fomentan el beneficio de la sociedad.     

Y así, aunque hoy día se pregone que resulta prácticamente imposible vivir fuera de sociedad, intuyo ha de serlo en el caso de las personas creadas o formadas por la misma sociedad: productos sociales, practicantes de esa sabiduría social previa señalada y no de la sabiduría humana que persigue aquel que ha renunciado a la sociedad. Aunque no son distintos del todo sino solo más, o menos sabios humanos, y por ende, menos, o más sabios sociales.  

Sin embargo, ahora, en pleno siglo XXI, la idea del bien, pregonada por Platón; las prédicas de Jesús, Buda, Mahoma, Confucio y otros, resultan utópicas tal la misma tetrarmonía difundida una década atrás. Aunque sus argumentos persuasivos, dado su encanto, continúan siendo utilizados por los sabios sociales: políticos y religiosos principalmente, solo para dominar y dirigir a su antojo a alguna parte de la población y obtener con ello algún éxito material.

De tal suerte, lo que en realidad predican y enseñan es que cuando deseamos alguna realización personal material, debemos recurrir a la práctica de sabiduría social: hipocresía, astucia y engaño, para incrustarnos con éxito en ella y formar parte de su engranaje. Aunque el resultado, material, será otro producto social, con éxito reconocido solo en esa misma sociedad. Material.

Pero la sabiduría requiere también alguna inteligencia. En especial, una de las siete que ahora se nos han indicado existen. En este caso, inteligencia interpersonal vendría a ser la sabiduría social que cito.

Sin embargo, en relación a inteligencia propiamente, preciso mencionar que tal la he recibido/heredado de mi madre, según me dicen, y creo, como producto social; aunque reconozco que la única realidad o verdad al respecto es que ignoro el origen de mi inteligencia. Pero, insisto, le creo a alguien más, a quien ni siquiera conozco. Y a eso: al creer en lo que otros dicen, se le llama en no pocos casos: conocimiento. Vaya dilema, eh! Y hasta pagamos por obtenerlos.

Viene a mi mente la discusión actual en torno a la apéndice en el cuerpo humano, desdeñada durante décadas y ahora… Quizás. ¿Qué pensarán los médicos que sin más la han extirpado por miles? Creyeron que no servía para nada, aunque en realidad: ignoraban.

Pero es en la vida cotidiana, alejada de las ciencias, donde nuestra conducta muestra la mejor versión de nuestra ignorancia o, en todo caso, de nuestra sabiduría social. Y es que la mayor parte de nuestro saber o conocimiento tiene como base lo que hemos decidido creer. Máxime si la nueva “información” se ajusta a las creencias que nos enseñaron cuando niños, ya que se han constituido en nuestro marco conceptual para aceptar o rechazar nuevas propuestas, congruentes o incongruentes. Y así, las creencias, cuando menos muchas de ellas, de la mano con la ignorancia que forzosamente les acompaña, se han perpetuado por los siglos de los siglos, de generación en generación, hasta el hijo de tigre, tigrillo.

¿Cuál podrá ser la herencia de la clase politiquera que actualmente disfruta, tanto como la que babea por, las mieles de la corrupción desde el poder?

Para finalizar, de manera individual entonces, solo nos queda construir nuestra propia verdad de la vida. Aunque esa verdad cambia y cambiará con el paso del tiempo, con lo que solo es una verdad de temporada, como la canción aquella del recordado Jordán: amor de temporada. Sin embargo, se hereda y quizá hasta se perpetúa. Al menos durante toda una vida.  

Por supuesto, siempre dos más dos serán cuatro. Las matemáticas pertenecen a las ciencias exactas, o se reducen a la única ciencia exacta, prefiero decir.

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